I
Los cielos cenicientos y sombríos,
crespas las hojas, lívidas y mustias, y era una noche del doliente octubre del tiempo inmemorial entre las brumas, era en las tristes márgenes del Auber, el lago tenebroso de aguas mudas, ante los bosques tétricos del Weir, la región espectral de la pavura.
II
A solas con mi alma, recorría
avenida titánica y oscura de fúnebres cipreses… con mi alma, con Psiquis, alma que, al misterio turba… Era la edad del corazón volcánico como las llamas del Yanek sulfúreas, como las lavas del Yanek que brotan allá del polo en la región nocturna.
III
Pocas palabras nos dijimos, era
como una confidencia íntima y muda; palabras serias, pensamientos graves que la memoria para siempre turban; no recordamos que era el triste octubre, que era la noche (¡noche infausta y única!) no recordamos la región del Auber que tanto conoció mi desventura, ni el bosque fantasmático del Weir, la región espectral de la pavura.
IV
Y cuando la noche ya avanza
de estrellas al vago tremer, al fin de la oscura avenida un lánguido rayo se ve, fulgor diamantino que anuncia de fúnebre velo al través, que emerge de nube fantástica la Luna, la blanca Astarté.
V
Y yo dije a mi alma: «Más que Diana
ardiente, aquella misteriosa Luna rueda al través de un éter de suspiros; lágrimas de su faz una por una caen donde el gusano nunca muere. Para mostrarnos la celeste ruta y el alma imperio de la paz Letea atrás dejó al león en las alturas, del león las estrellas traspasando, del león a despecho, ora nos busca y sus miradas límpidas y dulces son las miradas que el amor anuncian.»
VI
Mas Psiquis dijo señalando al Cielo:
«La palidez de ese astro me conturba; pronto, huyamos de aquí, pronto, es preciso.» Y de sus alas recogió las plumas con intenso terror, y sollozando, presa de pronto de invencible angustia plegó las alas, hasta el polvo frío lentas dejando descender las plumas.
VII
Y yo le dije: «Tu terror es vano,
sigamos esa luz trémula y pura, que nos bañen sus rayos cristalinos, sus rayos sibilinos que ya auguran e irradian la belleza y la esperanza. Mira: la senda de los cielos busca; sigamos sin temor sus limpios rayos que ellos a playa llevarán segura, sigamos esa luz limpia y tranquila a través de la bóveda cerúlea.
VIII
Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola,
de su mente aparté las inquietudes y sus zozobras disipé profundas, y convencerla que siguiera pude. Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca llegara! Al fin de la avenida lúgubre nos detuvo la puerta de una tumba (¡oh, triste noche del lejano octubre!) nos detuvo la losa de una tumba, de legendario monumento fúnebre. ¡Oh, hermana!—dije—¿Qué inscripción confusa en la sellada losa se descubre? Respondiome: «Ulalume», esta es su tumba, ¡la tumba de tu pálida Ulalume!
IX
Quedó mi corazón como ese Cielo
ceniciento, como esas hojas mustias, como esas hojas yertas y crispadas… ¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda fué en esa misma noche cuando vine al través del horror y de la bruma aquí trayendo mi doliente carga… ¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna! ¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo a esta región fatal de la tristura? Bien reconozco el mudo lago de Auber, y esta comarca que el horror anubla, y el bosque fantasmático de Weir, la región espectral de la pavura! |
martes, 9 de mayo de 2017
Ulalume - Edgar Allan Poe
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