Material del profesor Alejandro Useche:
EL SÍMBOLO
Cuando la literatura se comporta de forma simbólica ofrece
una visión del mundo dominada principalmente por lo que llamaremos “principio
de vida”. Este principio implica que la voz enunciadora (narrador) asume que
todas las cosas que lo rodean están intensamente
vivas y que poseen una “inteligencia” además de un “modo de ser” específicos.
De esta manera cuando un relato trabaja a través del símbolo, no hay nada
muerto o inerte en ese pequeño cosmos del relato y tampoco existen objetos sino
seres. De este modo, el universo está rodeado de seres que interpelan,
conversan e influyen en el individuo de forma significativa.
Por otro lado, es necesario ver que este principio implica
una “vivencia” y no un razonamiento; una convivencia con “los otros” y no un
análisis intelectual de la realidad. El enunciador no se pregunta el
significado de cada cosa sino que la vive.
Para continuar, un segundo principio que es igualmente
importante acerca del símbolo habla sobre la espontaneidad del símbolo pues no
se crea artificialmente no bajo la voluntad consciente. J.J. Beljon advierte
que “el problema con los símbolos es que difícilmente pueden ser creados a
voluntad. Y al igual que no somos dueños
de nuestros sueños, no somos dueños de nuestros símbolos”. Y es precisamente
ese carácter involuntario una de las razones que convierten al símbolo en una
vivencia liberadora y que garantizan su autenticidad.
Para lograr una experiencia simbólica es precisa la
abolición de la división entre el sujeto y el objeto. En ese estado no existe
un “Yo” distinto a un “Tú”. El sujeto se hace objeto y éste a su vez un sujeto.
¿Quién es el sujeto en la relación Frodo/Anillo? Ambos los son porque son seres
en diálogo constante y doloroso.
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